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Traducir el humor

Estudiando el libro Translation as a science and translation as an art (Talaván, Noa. Uned 2017) del Grado de Estudios Ingleses me he dado cuenta de lo difícil que resulta traducir el humor, por no decir imposible. Diría, incluso, más que la poesía. ¿Y por qué? Mi opinión es que el humor es lo más intrínseco y cultural a nosotros, incluso me atrevería a decir que se hereda y forma parte de los rasgos genéticos, aunque esto no lo podría asegurar por la falta de conocimientos científicos. Lo que está claro es que no es lo mismo haber nacido en el seno de una familia andaluza con mucha “guasa” que tener la “rentranquita” gallega que escuchar a todas horas las “tontunas” manchegas o las “exageraciones” vacas. Y no digamos ya, si lo analizamos entre países con distintas lenguas.

Cada lugar tiene sus peculiaridades y se comparten o no, y si no, vayan a ver una comedia francesa subtitulada al cine y observarán cómo mientras los franceses se tronchan de risa, los españoles permanecen callados, algo que sin duda refuerza la idea de la gran dificultad de poder traducir el humor.

Ni siquiera las personas bilingües pueden acercarse a ello. Son necesarias técnicas y destrezas lingüísticas que no todo el mundo domina, a pesar de conocer los dos idiomas. Por poner un ejemplo, con el famoso calambur de Quevedo en el que el escritor retó a decirle a la propia Reina Isabel delante de todo el mundo que tenía una cojera con un juego de palabras y lo consiguió gracias a llevarla dos ramos de flores: “Entre los claveles rojos y los claveles blancos, su Majestad escoja”. ¿Cómo traducir algo así en inglés, por poner como ejemplo el idioma que todo el mundo ha estudiado?

Noa Talaván, en el libro antes mencionado, habla de algunas técnicas extraídas de show televisivo Friends y en este sentido me gustaría recordarlas. La primera sería traducir un juego de palabras inglés con otro juego de palabras español similar (pun to pun): “Monican” and “Monican´t” traducida como “Monicapaz” y “Monincapaz”, a pesar de que se acerca, no consigue el mismo impacto.

La segunda podría venir de traducir un juego de palabras inglés en algo que no sea un juego de palabras en español (pun to non pun) y aquí expone el ejemplo de “Westminister Crabby´s” traducido como “El gruñón de Westminister”, que tampoco conseguiría el mismo efecto. Otra técnica, sería al revés, pasar de no hacer un juego de palabras en inglés a hacerlo en español o directamente suprimirla si no va a ser entendido o explicarla con técnicas editoriales en los pies de página. Lo que está claro es que nunca llegaremos al fondo de la gracia.  

Cuando se intenta traducir bromas o juegos de palabras, el traductor tiene que primar los niveles fonéticos y léxicos frente a la traducción de la ironía que tiene que ver un nivel más textual o de sentido, lo que al final demuestra que sólo la combinación de ambos aspectos puede conseguir el efecto más cercano. Quizás por mis genes gallegos mezclados con andaluces siento que mi ironía se aproxima mucho más al humor británico o al argentino que al de un alemán, un finlandés, cuya traducción al castellano suele dejarme tibia, pero eso no significa que no tengan sentido del humor. Solamente que este humor es diferente al mío y que en la traducción siempre se pierde la chispa.